Empecemos por escucharlas: las afganas unidas en torno a RAWA (una organización fundada en 1977 que, tejiendo redes solidarias entre mujeres, se enfrentó tanto a las ocupación soviética como al primer gobierno talibán y continuó su compromiso contra la invasión norteamericana), realizó durante los últimos veinte años incontables denuncias de crímenes y violaciones por parte de las tropas de la ONU y de sus aliados, los “varones de la guerra” afganos, devenidos en autoridad nacional. Es evidente que el pacto entre los invasores democráticos y los arribistas de la Alianza del Norte (fuerzas afganas que tomaron el poder contra los talibanes bajo el paraguas norteamericano) dejó bastante indemne los criterios patriarcales bajo los que se vivía en el régimen talibán de fines del siglo xx, por ejemplo, los matrimonios forzados o la lapidación pública por adulterio. Una realidad que han intentado maquillar otorgando un –mísero– “cupo femenino” en la administración pública, típica maniobra democrática. El retorno de los talibanes empeorará todo: su interpretación terrorista de la ley islámica prevé un sometimiento total de la vida de las personas, empezando por la de las mujeres. Ellas tendrán prohibido educarse, trabajar y viajar. El actual gobierno buscará reeditar el “Ministerio de Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio” encargado de controlar el código de vestimenta, la compañía masculina obligatoria y hasta su tono de voz cuando están en público. Apelan también al borrado de la palabra “mujeres” en todas las nominaciones públicas. Por ejemplo, el “jardín de mujeres” será sustituido por “jardín de primavera” (les dejamos a ustedes hacer las comparaciones pertinentes).
En medio de este drama, una novedad positiva se asoma: hoy, gracias a la emersión femenina caótica a nivel mundial millones de mujeres están sensibilizadas por esta situación, rompiendo con la indiferencia que reinó durante las últimas décadas. Tan evidente es esto que hasta los mismos talibanes –con inmensa hipocresía– prometen “ser piadosos” hacia las mujeres afganas, mientras que sus pares occidentales igualmente hipócritas se ponderan como sus principales defensores. Hoy puede ser importante acompañar activamente las denuncias que provengan de las mujeres afganas –en Afganistán o en otros países–, para dar a conocer su situación, dando voz a los anhelos de libertad que puedan surgir. También exigir la acogida de todas y todos aquellos que escapan. Estos pueden ser primeros pasos de la solidaridad internacional.
Ana Gilly
Publicado en Comuna Socialista 63, septiembre 2021
- Sobre la situación de las mujeres afganas: RAWA.
-Mujeres en Afganistán: una catástrofe de derechos humanos. Amnistía Internacional.