Amnistía Internacional, desde hace algunos años, publica informes para documentar la violencia hacia las mujeres en las redes sociales. El último realizado en Argentina (2019) arrojó datos importantes. Una de cada tres mujeres fue víctima de violencia patriarcal; de estas, el 26% fueron amenazadas sexualmente, el 59% recibieron mensajes misóginos y el 34% sufrieron comentarios violentos y de tinte “aleccionador”; es decir, atacan a una para atentar contra todas. Otra forma muy habitual de abuso es la difusión sin consenso de información privada. Saber esto nos puede impactar, aunque no sorprender. Incluso si no fuimos víctimas en primera persona de estos ataques, seguramente conozcamos varias mujeres cercanas que sí los sufrieron. Es muy probable que, durante los meses de cuarentena, el uso preponderante de las pantallas haya aumentado estos índices. Es que el patriarcado expresa la frustración masculina en todos los terrenos de la vida, y se siente aún más cómodo en uno tan efímero y anónimo como es el cibernético. En las redes sociales las mujeres estamos solas para enfrentar la violencia. Los “expertos” que dan cuenta de esta situación promueven la regulación estatal o el desarrollo de misteriosos algoritmos que aminoren estas expresiones. Pero son los Estados y los cabecillas de Silicon Valley, de diversa manera, los principales propagadores del machismo, el racismo y la violencia generalizada.
Algunas mujeres comienzan a reaccionar. El informe citado indica que el 45% de las entrevistadas abandonaron las redes o restringieron el uso a su mínima expresión. Muchas otras comienzan a ser más cautas y más selectivas a la hora de decidir con quién permanecer en contacto. Pero pensemos juntas… ¿cuál es el precio a pagar por la inverosímil “libertad de expresión”, las “infinitas amistades” y la cada vez más falsa “información” que prometen estas redes? Las mujeres, más que nadie, sabemos de construir “redes” en la vida cotidiana porque somos las primeras tejedoras de relacionalidad entre las personas, aunque no siempre lo pensamos bien. Aun así, es un recurso humano extraordinario que, en estos tiempos de pandemia, significó una de las primeras garantías de cuidado para todos.
Si la exigencia –típicamente humana– es sociabilizar, compartir con nuestras amistades, expresar lo que se piensa y siente, conocer personas y darse a conocer, la virtualidad es un terreno hostil para hacerlo de manera segura, profunda y satisfactoria. Es mejor construir otras redes –humanas, no virtuales– apostando por relaciones directas y solidarias; dedicándose a conocer mejor a nuestros afectos, amistades y amores; aprendiendo a elegir libremente y con cuidado con quiénes y cómo compartir nuestra intimidad, exigiendo siempre respeto. Y todo esto, hoy, requiere de particular concentración para infringir cierta adaptación negativa al uso de la virtualidad durante la cuarentena. Este puede ser un camino más creíble y concreto para sentirnos mejor valoradas y queridas, más seguras y más libres, restándole espacios a la prepotencia machista.
Ana Gilly