Queridas amigas y lectoras:
A continuación, por
el carácter actual de sus contenidos, queremos compartir con ustedes el
siguiente artículo de Sara Morace –fundadora de la Corriente Humanista
Socialista– publicado en la revista Letras de Utopía Socialista Nº
76 (2006).
Buena lectura.
Ninguna tutela (estatal, religiosa, masculina)
Hace
más de 150 años, al inicio de la larga y especial revolución feminista, una
molesta presencia obstaculizaba el pleno despliegue de las aspiraciones y de
las tensiones que animaban a aquellas valientes y extraordinarias pioneras: el
Estado, la idea de Estado democrático, es decir, la variante moderna del
instrumento de dominio y de control de los hombres de las clases poderosas por
sobre el resto de la población. Aquellas mujeres le reclamaban al Estado que
reconociera la ciudadanía femenina y que contemplara en sus leyes a las
mujeres, hasta el momento ignoradas.
Hoy
un cierto número de Estados ha escuchado esos reclamos, sin por esto renunciar
al dominio y al control de las poblaciones que pretenden representar, mujeres
incluidas. Tampoco los hombres han renunciado, pertenezcan al estrato social
que pertenezcan. Las religiones, sin embargo, no han aceptado retroceder, ni
siquiera formalmente: las mujeres, la vida y la sexualidad femenina son una
materia incandescente y diabólica y las iglesias intentan permanentemente
mantener bajo estricto control.
Y
las mujeres comprometidas, las mujeres feministas, se debaten todavía en los
dilemas abiertos hace un siglo y medio: ¿Es necesario buscar o no la tutela del
Estado (patriarcal) para defenderse de los ataques provenientes de las Iglesias?
¿Es necesario confiar en la política (masculina), quizá ejecutada por mujeres?
¿El Estado puede no ser patriarcal? ¿Los hombres pueden ser aliados válidos?
La
lucha y la organización de millones de mujeres durante varias décadas han
arrancado conquistas significativas pero no han sido suficientes ni
conclusivas: el patriarcado está en crisis pero no derrotado, la conciencia
feminista es aún limitada e intermitente, en la memoria y, sobre todo, en la
proyección. Las ansias de tutela y de aprobación vuelven a florecer
regularmente, las incertidumbres creativas y propositivas vuelven a
presentarse, las propuestas mediación aparecen nuevamente: todavía se habla de
procreación y de reglamentación cuando, por el contrario, haría falta discutir
sobre el libre arte de generar. Se nos proponen paladines del Estado laico para
contrarrestar la invasividad religiosa en vez de sustraerse conscientemente del
invasivo y funesto dominio de ambos. Se afirma con justicia que las mujeres
deben decidir sobre sus vidas y su cuerpo pero en raras ocasiones se habla de
en qué medida elegir puede y debe significar cambiar, transformar e inventar un
nuevo modo de concebir las relaciones entre las mujeres y, por lo tanto,
también con los hombres, al menos con aquellos que quieran escuchar y empezar a
cambiar a su vez.
Esta
transformación es urgente y no puede comenzar buscando la tutela y la
aprobación de los Estados, de los partidos y de la política, que no buscan nada
más que entrar prepotentemente en todos los aspectos de la vida de las
personas. Solo puede germinar y desarrollarse por su cuenta, desde abajo: solo
las mujeres que han puesto en discusión al patriarcado y comenzado una obra
crítica de cambio radical de las relaciones entre los géneros en este planeta
son quienes pueden continuar proponiéndola, inventándola y experimentándola.
Esto puede ser beneficioso para toda la humanidad, pero no es una obra que pueda
delegarse en nadie y tanto los Estados como las religiones están listos para
impedirla, como lo demuestran cotidianamente. Confiar en una institución
opresiva y patriarcal para combatir a otra, quizás más descarada, es una
elección equivocada. Sobre todo porque aleja el momento de la obra afirmativa y
creativa que espera la parte más activa y consciente del género femenino.
Sara Morace