El compromiso de las mujeres en cada rincón del
mundo es fundamental para enfrentar la amenaza a la salud que provoca el coronavirus,
y esta reacción no es casual. Es el género femenino quien a lo largo de la
historia ha tomado la delantera en la defensa y el cuidado de la vida de todos a
pesar de sus claroscuros.
Pensemos en el coraje y la dedicación de las médicas,
que en este país representan más del 50% de los profesionales, a pesar de que
el patriarcado bloqueó por centenares de años el acceso femenino a las
universidades, expropiando sus conocimientos curativos ancestrales. Estos
igualmente persisten, aunque intuitivamente. Ni las hogueras pudieron aniquilarlo.
Las médicas ocupan puestos que requieren mayor
empatía y relación con los pacientes, en la prevención y la calidad de vida, en
el desarrollo de la niñez y el cuidado de mayores. Las enfermeras y asistentes
realizan también una obra primordial de acompañamiento. Justamente estos son
los cuidados que más necesitan los afectados por el Covid-19 aunque, al mismo
tiempo, las mujeres perciben los salarios más bajos en el sistema de salud. También
encontramos a las docentes, en su inmensa mayoría mujeres que contienen y
estimulan a los niños muchas veces angustiados por el aislamiento y el uso
excesivo de las pantallas, y que se encargan del reparto de alimentos en las
zonas más vulnerables del país. Pero al cuidado femenino no lo habilita un
título académico, lo podemos rastrear en los hogares, donde cada mujer está atenta
a la salud de las/os niñas/os y las/os adultas/os manteniendo ventilados y
limpios los espacios que habitamos, intentando mediar y evitar los conflictos, imaginando
y proyectando las necesidades y los recursos materiales, cada vez más escasos, que
solidariamente alimentan y abrigan no solo a los más cercanos.
Bajo el patriarcado esta particular capacidad de
cuidado y atención hacia los demás está violentamente
condicionada, se vuelve obligación, sumisión y menosprecio. Los mejores
recursos con que contamos humanamente son distorsionados o intentan ser
negados. Sin embargo, persisten. Cada generación renueva la defensa y el
cuidado de la vida, aunque en algunos casos es mal interpretado y cómplice de
los poderes opresivos. Muchas veces, el cuidado de los otros se vuelve posesivo,
receloso, denunciante, individualista y autoritario. ¿Podemos aprender a
identificar juntas nuestras mejores características? ¿Podemos liberarlas y orientarlas
benéficamente con criterios independientes a los opresivos?
Cecilia
Buttazzoni