La reacción de un sector del feminismo frente a la
condena a prisión perpetua por asesinato para Nahir Galarza es alarmante. Dice
una parte de la declaración con la cual el grupo “Todx presx es políticx”
convocó a la manifestación por su absolución en Buenos Aires: “Porque muerte al
macho no es solo una metáfora, porque el miedo va a cambiar de bando cuando nuestra praxis política se salga de
los márgenes de la protesta ciudadana, el bien común (…)”. Durante la última semana, en la provincia de Salta,
aparecieron carteles que dicen “Macho muerto no viola”, con el dibujo de Nahir
sosteniendo dos pistolas.
Hacemos propia las denuncias del carácter siempre
patriarcal de la justicia, y de la morbosidad misógina con que los medios de
comunicación utilizan el caso de Nahir con un solo fin: ocultar la existencia
de la violencia sistemática de los hombres hacia las mujeres. Ninguno de los
miles de femicidas fue o es condenado, expuesto y maltratado como lo hicieron
con ella. El Estado es enemigo de las mujeres y lo demuestra cotidianamente. Dicho
esto, entre las mujeres que somos parte de esta inédita emersión femenina, es
necesario delimitarse éticamente.
Una cosa es el indiscutible derecho que tenemos las
mujeres a protegernos del ataque de nuestros agresores, siempre y en cualquier
caso, incluso utilizando en situaciones límites y como último recurso el de
terminar con sus vidas para defender las nuestras. Hay miles de mujeres
procesadas o condenadas injustamente por esta razón y con ellas, toda nuestra
solidaridad. Otra, radicalmente distinta e inaceptable, es justificar el
asesinato de un hombre en manos de una mujer argumentando que sufre el “ideal
de amor” que fomenta el patriarcado. Sí, todas las mujeres vivimos nuestras
relaciones atravesadas por las normas patriarcales. Y no, no todas eligen
asesinar a su agresor para salir de una relación violenta. Es más, es una
ínfima y casi exigua minoría la que toma este camino. La inmensa y abrumadora
mayoría está eligiendo otra cosa, buscar ayuda en amigas, hermanas, compañeras
u organizaciones de mujeres. Solidaridad que –en muchos casos– llega a tiempo y
salva vidas. Mujeres que deciden ser protagonistas en la búsqueda de una vida
mejor y que inspiran coraje a otras mujeres que todavía sufren en silencio.
Todas ellas, nos dicen que no existe determinación social ni cultural alguna
que nos “impulse” a ejercer una violencia especular. Por el contrario, nos
dicen que podemos defender y afirmar nuestra vida y nuestra libertad con
parámetros totalmente opuestos a los opresores. Llamamos a la reflexión a las
mujeres y organizaciones feministas que relativizan estos casos –en particular
a las compañeras de Feministas Radicales Independientes de Argentina (FRIA) con
quienes venimos construyendo un valioso sector abolicionista–: los
condicionamientos culturales que sufrimos las mujeres no pueden ser argumentos
para justificar las complicidades/atrocidades femeninas con el patriarcado. Si hay una lección entre tantas que nos
dejan las mejores feministas que nos antecedieron, es que la liberación de las
mujeres debe tener contenidos y métodos propios, alternativos a la barbarie
patriarcal.
En cambio, nos distanciamos abismalmente de aquellas
mujeres u organizaciones que directamente reivindican que “el miedo va a
cambiar de bando”, como el grupo convocante a la manifestación mencionada, llevando
al límite el separatismo que no es más que el espejo decadente de los violentos.
No somos ni queremos ser iguales al género opresor.
Nuestro feminismo, inspirado en el humanismo, combate
al patriarcado buscando afirmar las mejores cualidades de nuestro género, desde
siempre más cercano a la defensa y al mejoramiento de la vida de todas/os, como
lo prueban millones de mujeres en la vida cotidiana así como en los procesos
multitudinarios. Pero también –inseparablemente– busca contrastar de manera
radical los venenos culturales que patriarcado impregna en la conciencia de las
mujeres, que nos quiere sometidas a su lógica de sumisión y asesinabilidad.