Compartimos un artículo de Inês Freitas (compañera de la Corriente Humanista Socialista en Brasil e impulsora de un colectivo de mujeres en San Pablo) a propósito del asesinato de Marielle Franco en Río de Janeiro el día miércoles, que suscitó una serie de grandes movilizaciones en repudio en Brasil y otras ciudades del mundo.
La ciudad de Río de Janeiro, la imagen que Brasil ostenta al mundo, hoy es mucho más que un lindo paisaje turístico. Hoy es el principal retrato de lo que ocurre, en mayor o menor medida, en todo el vasto territorio brasilero.
Ayer paramos para protestar por la brutal ejecución de Marielle Franco y su chofer Anderson Gomes; dos días después de haber hecho una denuncia contra los abusos de la policía en la comunidad de las favelas de Acarí. Para saber qué significa este asesinato es necesario separar las hipócritas y formales manifestaciones de pesar de quienes detentan el poder de las manifestaciones espontáneas que recorrieron todo Brasil e incluso otros países, y para esto es importante decir quién era Marielle y qué representaba.
Ante todo es imperioso decir que no fue solo Marielle: en los últimos cuatro años fueron asesinados 24 líderes comunitarios y quilombolas, activistas ambientales e integrantes del MST (Movimiento de Trabajadores sin Tierra), ejecutados por milicianos urbanos, ejércitos rurales patrocinados por latifundistas, facciones criminales y policías corruptos que en su mayoría siguen libres e impunes.
Marielle, mujer negra de 38 años, era socióloga, militante de los derechos humanos y feminista. Nacida en el Complejo da Maré, una de las zonas más violentas de Río de Janeiro, había recientemente asumido como ponente en un consejo creado para fiscalizar las operaciones policiales y la intervención militar en las comunidades humildes de la ciudad. Inició su militancia luego de perder a una amiga, víctima de una bala perdida en un tiroteo entre policías y narcotraficantes en 2005. Elegida concejal en 2016 por el PSOL (Partido Socialismo y Libertad), era una voz de mujer que vive en la periferia, voz de tantas mujeres brasileras y del mundo, las que pierden diariamente a sus hijas e hijos por el tráfico de drogas o la violencia policial, que en Brasil está institucionalizada desde 1964 con el golpe militar.
En Brasil muere un joven negro cada 23 minutos y estos son apenas números fríos de cara a la crueldad y la deshumanización de la vida cotidiana en las poblaciones humildes, compuestas mayoritariamente por negros y negras. Sin embargo la política externa brasilera insiste en proclamar a Brasil como el país de la democracia y la igualdad racial. En las favelas es constante e incansable la lucha por la vida, la propia y la de las niñas y niños, constantemente amenazada, de un lado por la violencia estatal y sus fuerzas “pacificadoras”, y del otro por la ley impuesta por el crimen organizado, sea de narcotraficantes sea de milicias constituidas en su mayoría por policías civiles y militares que explotan la venta de servicios básicos como el gas y el transporte público, entre otros, y que deciden quién debe vivir o quién debe morir en caso de incumplimiento de las normas que ellos imponen.
Es necesario decir que el asesinato de Marielle fue un mensaje para las mujeres pobres que se levantan cada vez más contra la violencia que impera en la sociedad brasilera; un mensaje a la población negra que se organiza para combatir el racismo y la persecución policial que enfrenta todos los días en las calles; para aquellos que se organizan en búsqueda de una vida mejor por fuera de las estructuras oficiales, como el colectivo de jóvenes mujeres negras con el que Marielle se reunió horas antes de ser ejecutada. Es un mensaje a todos/as aquellos/as que osan salir de los lugares a los que históricamente fueron destinados y se insertan en el mundo para combatir y denunciar las alianzas espurias entre política, poder y crimen organizado.
En 518 años de historia, en Brasil es recurrente transformar el sustantivo en verbo, e ir del luto a la lucha no es una opción, es una necesidad de frente al largo y sistemático genocidio negro e indígena que ahora se extiende a los quilombos urbanos, focos de resistencia frente a los recientes ataques militarizados del gobierno de Temer. Gobierno ilegítimo, misógino y racista, constituido en su totalidad por hombres ricos que usan cada vez más la violencia estatal contra la población; que pretende a través de la violencia contener la creciente ola de revuelta popular contra el retiro de los derechos, la precariedad de la vida, del trabajo, y la constante falta de seguridad, salud y educación en nombre de una nada convincente guerra a las drogas.
La esperanza que nutren las manifestaciones de ayer es que puedan ir más allá de la conmoción inicial por la ejecución de Marielle y Anderson. Que la misma solidaridad demostrada en las calles pase a ser un principio permanente para la construcción de núcleos benéficos de personas que buscan vivir mejor juntas y en comunidad para combatir el machismo, el racismo, la homofobia y las manifestaciones crecientes de intolerancia presentes en la sociedad brasilera.
Inês Freitas
San Paulo, 16/03/18