La prostitución –que existe no casualmente desde que existe el patriarcado– es y fue siempre violencia contra las mujeres. Es la cosificación extrema del cuerpo femenino transformado en un objeto que puede comprarse y, por tanto, utilizarse a gusto y placer del cliente. Es un ataque directo al respeto y la intimidad femenina. Nuestra sexualidad, el placer y la dignidad no son cosas a las que se les otorga un precio. La falsa idea de “compensación económica” no es otra cosa que un violento intercambio entre sometidas y abusadores en el que las mujeres entregan su cuerpo para garantizar su subsistencia, y los hombres hacen uso de esta necesidad ejerciendo un poder negativo, opresor y perverso. El flagelo de la prostitución involucra a millones de mujeres y niñas alrededor del mundo, en su inmensa mayoría privadas de libertad en redes de trata de las que es casi imposible escapar debido a que múltiples instituciones mafiosas –los Estados en primer lugar– se entrelazan y protegen en este negocio criminal. Nos solidarizamos con ellas, reclamamos por sus derechos elementales y denunciamos la persecución y el maltrato policial al que están sometidas. Porque estamos por la defensa de la vida y la libertad de las mujeres decimos: ¡Junto a las mujeres prostituidas, contra la prostitución!
Hoy
existen grupos que se dicen feministas que bregan por el “libre ejercicio de la
prostitución”. Georgina Orellano, una de sus referentes, reza textualmente “(…)
explotamos nuestra genitalidad y hacemos de ella nuestra propia empresa para
sacar una remuneración”. No llama la atención que estos mismos grupos,
conformados también por hombres, tengan denuncias de proxenetismo entre sus
integrantes como es el caso de AMMAR. Para ellos, la libertad significa
libertad de vender el cuerpo femenino al mejor postor, la libertad de mercantilizar
el placer y los sentimientos, de escindir la sexualidad de la propia humanidad.
Pero las afirmaciones de estos personajes no son nuevas, no han inventado nada:
la libertad negativa de oprimir y objetivizar a las mujeres es propia del
patriarcado, y la libertad empresarial que promueven es orgánicamente burguesa:
la libertad de poder comprar y vender absolutamente todo, hasta el propio
cuerpo. Es escandaloso que grupos que se autodenominan feministas justifiquen
la prostitución con argumentos ideológicos, valoriales y morales decadentes
propios de los enemigos de las mujeres y de toda la humanidad.
No
caer en estas trampas del patriarcado es un gran desafío para las mujeres que
están reaccionando y denunciando la violencia machista. Por eso es necesario pensar
juntas qué libertad queremos defender, y cómo queremos vivirla: es mucho más
benéfico pensar que la libertad que estamos buscando rime con dignidad, con
respeto de la intimidad, con el cuidado y la unión de los sentimientos y
nuestra sexualidad.
Cecilia Buttazzoni y Ana Gilly
* Nota publicada en la sección del Círculo de Amigas Feministas de la revista Comuna Socialista Nº 40
* Nota publicada en la sección del Círculo de Amigas Feministas de la revista Comuna Socialista Nº 40